miércoles, 7 de abril de 2010

Mundaú, donde todo es igual desde siempre








Penúltima parada antes de nuestro destino final. Llegamos exhaustos después de un trayecto agotador por tierras e itinerarios imposibles de recordar. Paisajes inóspitos. Caminos en lugar de carreteras. Chatarras que todavía se consideran medios de transporte.

A primera vista el lugar es de aquellos que todavía permanecen anclados en el tiempo. Pescadores que matan el tiempo cosiendo sus herramientas de trabajo, unas maltrechas redes en constante reparación. Aquí, el bar de moda es un ruinoso local a pie de playa (foto 3), donde el “forró” suena a un volumen tan elevado que solo se aguanta con elevadas dosis de cachaça. A media que la noche avanza, el alcohol poco a poco va transformando a los jóvenes en zombies. Hay innumerables cajeros automáticos, tantos como colchones que guardan la plata. Como antaño. La plaza del pueblo es una interminable playa donde descansan baradas tradicionales barcazas pesqueras. Los encuentros de fútbol-playa más que un entretenimiento son una forma de vida. Los jugadores de repuesto esperan su turno bajo unos cocoteros que proporcionan una privilegiada sombra en un improvisado banquillo. Nuestra presencia foránea distorsiona la tranquilidad del lugar. Pasamos las horas intentando pasar inadvertidos, observando e imitando comportamientos, tradiciones y costumbres como por ejemplo pasear por la playa. Haciendo lo propio nos detenemos un instante en la distancia. A nuestra derecha kilómetros y kilómetros de playa, de agua, de paisajes aún vírgenes y salvajes. A la izquierda más de lo mismo. Increíble.

Recomendados por un amigo conocido en Pipa conocemos a Leo y Cris, propietarios de la bohemia pousada “Cabôco Sonhadô”. Aún no estando alojados en su hospedaje, nos brindan una amabilidad exquisita, aconsejándonos rutas y lugares que conocer. Es el privilegio de ser los únicos turistas extranjeros que en mucho tiempo deciden perderse por sus calles de arena. Entremedio de conversaciones a la luz de las antorchas, un baño terapéutico en la oscuridad del mar. Leo acostumbra a hacer éste ritual de purificación varias veces al día, y en ésta última solicitó de mi compañía. Dudé un instante, lo justo para no perder la ocasión de disfrutar de un chapuzón que ya forma parte de mi selecto baúl de recuerdos inolvidables.

Mundaú, donde la máquina del tiempo hace años que se estropeó sin que aún nadie haya venido a repararla. Sus habitantes la escondieron para que esto no ocurra. Y que dure...