martes, 13 de abril de 2010

Sao Paulo, ¿punto y final?




Semáforos en rojo que pierden su hegemonía al caer la noche. Cientos de rascacielos para quien quiera tocar el cielo con las manos. Millonarias fortunas que se desplazan en taxi-cóptero para no tropezarse con los que malviven en la calle. El tren de las oportunidades que nunca para en la estación de los más desfavorecidos. Arco iris de coloridas frutas entre las grises nubes del asfalto. Diecinueve millones de habitantes y la soledad en cada esquina...
La tercera ciudad más gigante del planeta nos acoge en un impás de 48 horas antes del fin del viaje. Nuestros cuerpos presentes, nuestras almas pedidas. Sofia Coppola encontraría en nosotros la continuación perfecta para su memorable “Lost in Translation”.

Balance de un tiempo pasado que en nuestro caso sí que fue mejor. Auténticos nómadas con mochila viviendo a cada instante otros mundos, diferentes costumbres y nuevas realidades.

Porteños acalorados en Buenos Aires. Esquimales alucinando entre glaciares. Montañeros en los Andes y biólogos en Península Valdés. Granjeros en Córdoba. “Hippies” en el Bolsón y sibaritas por las bodegas de Mendoza. Bolivianos en Salta. Aventureros en Iguazú. Surfistas en Floripa y colonos en Paraty. Cariocas en Río y africanos por las calles de Salvador de Bahía. Lugareños en Squarema. Náufragos en Noronha. Soñadores en Pipa y pescadores en Mundaú. Perdidos en “jerico”. Nostálgicos y ausentes en Sao Paulo.

Diferentes disfraces para un mismo carnaval.

Distintos personajes en el escenario de la improvisación.

Empacho de manjares de hospitalidad y humildad.

Saturación en nuestras mezclas de emociones.

Disco duro sin capacidad en nuestra memoria de imágenes para la posteridad.

Inyecciones letales con sobredosis de libertad.

Una sensación agridulce hoy nos envuelve. Sentimiento contradictorio en nuestro regreso. Ganas de seguir viajando, de seguir soñando, de seguir creciendo.

El gran maestro Dylan ya puso las palabras adecuadas, portavoz autorizado en reflejar nuestro estado anímico en el presente:

Quién no se ocupa de nacer cada minuto, se ocupa de morir cada día”.

¡Obrigrado a tod@s, y que os vaya bonito!

viernes, 9 de abril de 2010

Desde la remota Jericoacoara






Últimos cartuchos para la escopeta de las ilusiones. Exceso de equipaje en nuestra mochila de recuerdos y vivencias. El penúltimo destino, el mejor de los soñados.

Si el fin del mundo tuviera un nombre, seguramente sería Jericoacoara, “Jeri” para los amigos. Tierras inhóspitas, difíciles de llegar pero más aún de vivir. Localización imposible, accesibilidad cero, pero con la playa más bella del planeta. Podemos dar fe de ello.

La villa de pescadores estos días todavía está convaleciente tras la vorágine de Semana Santa, cuando el virus de turistas y foráneos hiere de muerte hasta el más remoto de los lugares. Tras la resaca festiva el pueblo es lo más parecido a una fiesta de cumpleaños sin invitados.
Restaurantes abiertos sin comensales y músicos ocasionales tocando para gatos callejeros. Aún así, los 4 únicos mochileros del hostel decidimos disfrutar de unos días de tranquilidad, sosiego y mucha aventura. Nosotros dos, Carlitos el asturiano y Matthias el suizo. Para el “guaje”, 5 años le esperan por delante para dar la vuelta al mundo, si su corazón más que sus accidentadas y maltrechas piernas superan el desafío que toda persona necesita para seguir avanzando. Su compañía, un bastón y una mochila. Su enemigo, él mismo. Para Matthias, el compañero de Basilea, “Jeri” ha significado una buena ocasión para mejorar su contaminado castellano, después de meses viajando sin poder utilizar la lengua de Cervantes Para nosotros, un final de viaje tranquilo y en buena compañía, justo lo necesario para asimilar estos 3 meses que han sido mucho más que la suma de 90 días.

Como cuarteto hemos podido disfrutar de una excursión memorable en boggie con una espectacular comida en un restaurante perdido en el desierto. La comida excelente. La compañía, aún mejor. El nombre del lugar, el mejor de los secretos.

Éstas últimas línea las queremos dedicar a Ramis, el hospitalario propietario del hostel que nos ha tratado como amigos más que como solitarios huéspedes. En una conversación de esas que derrochan una magia indescriptible, surgió ésta secuencia que seguidamente trataremos de emular. Espero que sirva para haceros una idea de lo increíble de éste pequeño recodo perdido en el olvido.

-Ramis, ¿porqué las arenosas calles de “Jeri” no están alumbradas con farolas?
-No hace ni una década que la luz artificial ha llegado hasta ésta humilde villa de pescadores. En esos días en los que la llegada del progreso y la tecnología cambian la historia de cualquier comunidad, una asamblea de urgencia reunió a los pocos habitantes autóctonos de la aldea, llegando a ésta magnífica conclusión que os sonará a poesía: la única luz nocturna que desean para sus calles es la de las estrellas y la luna. Como siempre ha sido. Como siempre será.


Dulces sueños “Jeri”. Hasta siempre.

miércoles, 7 de abril de 2010

Mundaú, donde todo es igual desde siempre








Penúltima parada antes de nuestro destino final. Llegamos exhaustos después de un trayecto agotador por tierras e itinerarios imposibles de recordar. Paisajes inóspitos. Caminos en lugar de carreteras. Chatarras que todavía se consideran medios de transporte.

A primera vista el lugar es de aquellos que todavía permanecen anclados en el tiempo. Pescadores que matan el tiempo cosiendo sus herramientas de trabajo, unas maltrechas redes en constante reparación. Aquí, el bar de moda es un ruinoso local a pie de playa (foto 3), donde el “forró” suena a un volumen tan elevado que solo se aguanta con elevadas dosis de cachaça. A media que la noche avanza, el alcohol poco a poco va transformando a los jóvenes en zombies. Hay innumerables cajeros automáticos, tantos como colchones que guardan la plata. Como antaño. La plaza del pueblo es una interminable playa donde descansan baradas tradicionales barcazas pesqueras. Los encuentros de fútbol-playa más que un entretenimiento son una forma de vida. Los jugadores de repuesto esperan su turno bajo unos cocoteros que proporcionan una privilegiada sombra en un improvisado banquillo. Nuestra presencia foránea distorsiona la tranquilidad del lugar. Pasamos las horas intentando pasar inadvertidos, observando e imitando comportamientos, tradiciones y costumbres como por ejemplo pasear por la playa. Haciendo lo propio nos detenemos un instante en la distancia. A nuestra derecha kilómetros y kilómetros de playa, de agua, de paisajes aún vírgenes y salvajes. A la izquierda más de lo mismo. Increíble.

Recomendados por un amigo conocido en Pipa conocemos a Leo y Cris, propietarios de la bohemia pousada “Cabôco Sonhadô”. Aún no estando alojados en su hospedaje, nos brindan una amabilidad exquisita, aconsejándonos rutas y lugares que conocer. Es el privilegio de ser los únicos turistas extranjeros que en mucho tiempo deciden perderse por sus calles de arena. Entremedio de conversaciones a la luz de las antorchas, un baño terapéutico en la oscuridad del mar. Leo acostumbra a hacer éste ritual de purificación varias veces al día, y en ésta última solicitó de mi compañía. Dudé un instante, lo justo para no perder la ocasión de disfrutar de un chapuzón que ya forma parte de mi selecto baúl de recuerdos inolvidables.

Mundaú, donde la máquina del tiempo hace años que se estropeó sin que aún nadie haya venido a repararla. Sus habitantes la escondieron para que esto no ocurra. Y que dure...

lunes, 5 de abril de 2010

"Pipa", refugio de soñadores







Adaptados totalmente a la vida “slow” y con la seguridad del mochilero experimentado, estos días los hemos dedicado a disfrutar. Los sentidos abiertos de par en par. La mente despejada y el corazón con la puerta de su jaula abierta. Con esta predisposición os podemos asegurar que suceden cosas realmente extraordinarias. Encuentros improvisados. Ángeles en lugar de personas. Aldeas globales disfrazadas de ciudades. Sonrisas que sustituyen a palabras. Reinventarse cada día. Nacer y morir cada minuto. El destino en tus manos.

Sortear las olas, nadar mar adentro y esperar. Todo llega. Los sientes, falta poco para verlos. Espera, ten paciencia. Ahí están, te sonríen y te saludan. Delfines en libertad nadando a tu alrededor. Intentas seguirlos pero coordinar brazadas es tarea imposible ante tanto grado de excitación. Nos limitamos a esperarlos. Ya vuelven. Soy feliz.

Un desierto de dunas acaban en el mar. El Sáhara con piscina. Bailar en mitad de la nada sin pagar entrada, sin ropa de etiqueta, sin disk jockey. Un auto nos sirve: Jeep con puertas abiertas y música típica de la zona al máximo volumen. Surrealista, espontáneo, absurdo pero extremadamente divertido. La arena por sala de baile, un mundo por disfrutar.

Cruzar palabras sueltas con un desconocido son suficientes para acabar los tres cenando en un restaurante quitándonos la armadura y confesando sentimientos y anécdotas entre risas y emociones. Tranquilos, la cuenta corre de su parte. La fortuna es su constante, las ideas bien limpias. Recién conocidos y amigos para siempre.

“Augusto”, un sintecho que nos regala un tesoro. Una clave de “Sol” ofrece a Mar diciéndole que al igual que la música sin esa nota no existe, la vida sin su belleza no se concibe.

Un grupo de empresarios españoles nos invita conocer su lujosa casa. Descorchando botellas de champagne, nuestros ojos no logran apartarse de la belleza de la vivienda más hermosa de la ciudad. Madrid y Barcelona esa noche se unieron sin necesidad de puente aéreo ni tren de alta velocidad. Tan diferentes pero tan iguales. Tan lejos pero tan cerca. Personas en lugar de banderas.

Madrugón atormentado. Mochilas en su salsa. Caminos con tropiezos al compás de un sueño enfermizo. Un coche se detiene a nuestro lado. ¿Autostop ofrecido?. Próxima parada: hora y media de compañía. Amabilidad a la carta. Precio del trayecto: hoy por ti, mañana por mi…

Mañana empieza un nuevo día en Brasil. ¿Dónde estaremos? No importa. “Tiempo al tiempo”, el mayor patrimonio de la humanidad a nuestros pies.