viernes, 9 de abril de 2010

Desde la remota Jericoacoara






Últimos cartuchos para la escopeta de las ilusiones. Exceso de equipaje en nuestra mochila de recuerdos y vivencias. El penúltimo destino, el mejor de los soñados.

Si el fin del mundo tuviera un nombre, seguramente sería Jericoacoara, “Jeri” para los amigos. Tierras inhóspitas, difíciles de llegar pero más aún de vivir. Localización imposible, accesibilidad cero, pero con la playa más bella del planeta. Podemos dar fe de ello.

La villa de pescadores estos días todavía está convaleciente tras la vorágine de Semana Santa, cuando el virus de turistas y foráneos hiere de muerte hasta el más remoto de los lugares. Tras la resaca festiva el pueblo es lo más parecido a una fiesta de cumpleaños sin invitados.
Restaurantes abiertos sin comensales y músicos ocasionales tocando para gatos callejeros. Aún así, los 4 únicos mochileros del hostel decidimos disfrutar de unos días de tranquilidad, sosiego y mucha aventura. Nosotros dos, Carlitos el asturiano y Matthias el suizo. Para el “guaje”, 5 años le esperan por delante para dar la vuelta al mundo, si su corazón más que sus accidentadas y maltrechas piernas superan el desafío que toda persona necesita para seguir avanzando. Su compañía, un bastón y una mochila. Su enemigo, él mismo. Para Matthias, el compañero de Basilea, “Jeri” ha significado una buena ocasión para mejorar su contaminado castellano, después de meses viajando sin poder utilizar la lengua de Cervantes Para nosotros, un final de viaje tranquilo y en buena compañía, justo lo necesario para asimilar estos 3 meses que han sido mucho más que la suma de 90 días.

Como cuarteto hemos podido disfrutar de una excursión memorable en boggie con una espectacular comida en un restaurante perdido en el desierto. La comida excelente. La compañía, aún mejor. El nombre del lugar, el mejor de los secretos.

Éstas últimas línea las queremos dedicar a Ramis, el hospitalario propietario del hostel que nos ha tratado como amigos más que como solitarios huéspedes. En una conversación de esas que derrochan una magia indescriptible, surgió ésta secuencia que seguidamente trataremos de emular. Espero que sirva para haceros una idea de lo increíble de éste pequeño recodo perdido en el olvido.

-Ramis, ¿porqué las arenosas calles de “Jeri” no están alumbradas con farolas?
-No hace ni una década que la luz artificial ha llegado hasta ésta humilde villa de pescadores. En esos días en los que la llegada del progreso y la tecnología cambian la historia de cualquier comunidad, una asamblea de urgencia reunió a los pocos habitantes autóctonos de la aldea, llegando a ésta magnífica conclusión que os sonará a poesía: la única luz nocturna que desean para sus calles es la de las estrellas y la luna. Como siempre ha sido. Como siempre será.


Dulces sueños “Jeri”. Hasta siempre.

3 comentarios:

  1. Mil disculpas por haberme ausentado de vuestro blog últimamente. Pero ha resultado gratificante leer 3 nuevas entradas de golpe.

    Madre mía...Destino a destino os vais superando chicos! Qué preciosidad de fotos.

    Qué luz que irradian vuestros ojos... Se os ve felices.

    Un beso enorme!!!

    Hasta pronto!

    JC

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  2. Despacito y paso a paso, se va acercando "la vuelta". Nada tiene sentido, sin un principio y un final. Y en medio... la vida. Y todo lo que podamos llevarnos de ella. A vosotros, sólo os queda decir, "amén, que así sea". *Ü*

    Está claro, si de algo no me cabe la menor duda, es que vuestros 90 días con sus respectivos atardeceres y noches, no son la suma de tres meses.

    Que acabéis de disfrutarlo, y que esa caja tan llena de vivencias y sensaciones que lleváis pegadita a vuestra piel, nunca acabe de vaciarse.

    Hasta pronto y un abrazo,
    Mariluz

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  3. Me lo dejé.
    Maravillosas las fotos, el relato, y vosotros dos. ¡Guapísima esa Mar de color arena tostada! De verdad.

    Más abrazos. Y un beso.

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